"Tengo un hambre que muerdo": cuando el hambre no es la (única) culpable de nuestro enfado

"Tengo un hambre que muerdo": cuando el hambre no es la (única) culpable de nuestro enfado
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Todos hemos sentido alguna vez demasiada irritación o enfado por cosas que, a priori, no eran tan graves y pensando en el motivo hemos acabado achacándoselo al hambre. Y es que, qué de mal humor nos pone en ocasiones esa molesta sensación de hambre.

En ocasiones, porque otras veces tenemos hambre y no pasa nada. No sentimos ese enfado y no pagamos el pato con nadie. Cuál es entonces la diferencia entre las veces que nos enfadamos y las que no. Porque de ser causa del hambre, ocurriría todas las veces, ¿no? Eso es lo que han investigado en un reciente estudio, buscando conocer si el hambre es la culpable de todos nuestros males.

¿Es el hambre o es otra cosa?

Para descubrir esto, y estudiar hasta qué punto afecta la sensación de hambre a nuestro humor, Jennifer Kay MacCormack ha llevado a cabo una serie de investigaciones, cuyos resultados ha publicado recientemente.

Esta investigadora llevo a cabo una serie de experimentos, dos de ellos de manera online, con aproximadamente 400 participantes. A los participantes se les pedía que reportaran su cuánta hambre sentían en el momento del experimento. Además, se les mostraba imágenes pensadas para provocar sentimientos negativos, positivos o neutros. Después se les mostraba una imagen ambigua y tenían que valorarla como agradable o desagradable.

Efectivamente, las personas que aseguraban sentir más hambre valoraron la imagen como más desagradable. Pero solo cuando habían sido previamente expuestos a una imagen que inducía sentimientos negativos. No así quienes, aunque aseguraran sentirse muy hambrientos, habían sido previamente expuestos a imágenes que inducían sentimientos positivos o neutros.

Es decir, el hambre les influía en su "mal humor", pero solo cuando estaban predispuestos de antes por el contexto.

No son solo el hambre y el contexto

Ryan Franco 684436 Unsplash

Según esta investigadora, hay un tercer factor involucrado en que el hambre y el contexto nos enfaden: cómo de consciente somos de nuestro estado emocional y físico.

En una tercera investigación, con 200 personas, se pidió a los participantes que comieran antes del ejercicio y a otros que ayunaran. Después, se solicito solo a algunos de los participantes que completaran una redacción que estaba diseñada para que dirigieran la atención a su estado emocional.

Posteriormente, todos los participantes tuvieron que realizar, uno por uno, un ejercicio muy complejo y tedioso en el ordenador. Antes de que consiguieran terminar el ejercicio el ordenador se estropeaba. En ese momento uno de los miembros de la investigación entraba y culpaba al estudiante del fallo del ordenador.

Además del contexto, importa cómo de consciente somos de nuestro estado físico y emocional

Después se les pedía que relleneran un cuestionario sobre su percepción de la calidad del experimento y de sus emociones. Las personas con hambre que no habían sido previamente expuestas a la redacción para centrarse en sus emociones, mostraron emociones más negativas y juzgaron peor a investigador.

Sin embargo, las personas que habían rellenado la redacción para centrarse en sus emociones, aunque tuvieran hambre, no mostraron estas emociones negativas.

Implicaciones

Toa Heftiba 616931 Unsplash

Aparentemente, el hambre no provoca inmediatamente un fallo en nuestro auto control emocional. La realidad es que, sí, tener hambre podría llegar a provocar que nos enfademos, pero no por si misma. Para que esto ocurra tenemos que estar bajo determinadas condiciones.

Según esta investigación, este enfado o malhumor solo se produciría cuando estemos expuestos a un contexto negativo o predispuestos al enfado y cuando, además, no somos conscientes de nuestro estado físico y cómo este está afectando a nuestras emociones.

En general, hay bastante acuerdo en que nuestras emociones pueden depender de cambios en nuestro organismo o en el contexto. Hay ciertas circunstancias que facilitan o reprimen nuestras emociones. Se dan otras situaciones en las que nuestros estados físicos pueden alterar negativamente nuestros estado emocional, como en el caso del cansancio, del estrés, o de sentirnos enfermos.

Los resultados de esta investigación podrían implicar que, si aprendemos o somos capaces de analizar nuestro estado físico y ser consciente de cómo está afectando a nuestras emociones y humor, podríamos evitar las consecuencias negativas y, tal vez, ahorrarnos algún que otro enfado "tonto".

Imágenes | Unsplash
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