Hambre emocional y hambre física: así te autoboicoteas cuando estás haciendo dieta

Hambre emocional y hambre física: así te autoboicoteas cuando estás haciendo dieta

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Hambre emocional y hambre física: así te autoboicoteas cuando estás haciendo dieta

Cuando sentimos hambre lo habitual es dar por supuesto que el hambre es una reacción física. La verdad es que, aunque parezca difícil de creer, hay muchos otros motivos por los que podemos sentir hambre. Uno de los más habituales, pero poco conocido, es el hambre emocional. En muchas ocasiones es complicado diferenciar este tipo de hambre con el hambre físico. Por eso hemos intentado explicar qué es cada una de ellas, cómo surgen, si podemos diferenciarlas y cuáles son las mejores estrategias para afrontarlas.

Qué es el hambre emocional

El hambre emocional se basa en la necesidad de comer en respuesta a emociones negativas y estrés que no somos capaces de manejar de otra manera. Cuando estamos bajo la influencia de emociones negativas o en un momento de mucho estrés, estas pueden minar nuestro auto-control en lo que a la dieta o la alimentación se refiere.

La realidad, cuando estamos a dieta, es que el cuerpo no sabe si estamos ingiriendo menos alimento de forma voluntaria o es una falta de alimento real, por lo que el organismo reacciona a esta falta de nutrientes y se desarrolla más hambre. Esto puede ser controlable en una situación normal, pero cuando estamos bajo estrés es mucho más difícil de manejar.

En cualquier caso, este el hambre emocional puede afectarnos más cuando estamos a dieta, pero no depende exclusivamente de ella. Una persona que no está a dieta también puede tener este tipo de estrategia. Puede deberse al resultado de una mala conciencia interoceptiva - es decir, interpretamos mal las sensaciones provenientes de nuestros órganos - o como respuesta a síntomas fisiólogicos provocados por algunas emociones. También puede ser causado por malas estrategias de regulación emocional.

El hambre emocional puede deberse a una mala conciencia interoceptiva, como respuesta a somatizaciones físicas o a una mala técnica de regulación emocional

Hay muchas posibles causas y teorías sobre el motivo por el que esto ocurre. Según algunas investigaciones, podría deberse a malas prácticas parentales que acaban en un mal desarrollo emocional y psicológico del niño, provocando que se creen respuestas no adecuadas - como el comer por hambre emocional - como estrategia de regulación emocional.

Además de esto, el hambre emocional se relaciona con el estrés y, sobre todo, con el estrés postraumático. El cuerpo, en vez de responder al estrés con hiperactivación del hipotálamo y la pituitaria lo hace con hipoactivación, lo que provoca el hambre. Esto no es todo, ya que algunas personas utilizan la comida como técnica para cambiar el foco de su atención: prestan atención al hambre que tienen y a la comida para así no prestar atención a sus emociones negativas.

La realidad es que, cuando no tenemos una estrategia saludable para enfrentarnos a las emociones negativas y al estrés, solemos recurrir a estrategias mucho menos adecuadas. Una de ellas puede ser el comer sin hambre real, sino por ser víctimas del hambre emocional.

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Qué es el hambre física

Este es el tipo de hambre que denominaríamos "normal". Es el que está basado en el instinto de alimentarnos para ingerir los nutrientes que nuestro cuerpo requiere para sobrevivir y funcionar correctamente.

Hay hormonas de nuestro cuerpo encargadas de desarrollar la sensación de hambre, como la grelina. Estas hormonas se activan cuando el cuerpo necesita ingerir nutrientes y provocan la sensación de hambre. Esta sensación de hambre parte del estómago, con movimientos de tripas, rugidos, etc.

Cómo diferenciarlos

Ahora ya sabemos a qué responde cada tipo de hambre, pero puede seguir siendo difícil diferenciar una de la otra cuando nos está ocurriendo. Para hacérnoslo un poco más fácil, existen cuatros diferencias principales entre una y otra que debemos tener en cuenta para actuar en consecuencia.

La forma que tienen de aparecer

Por lo general, el hambre física va aumentando de manera gradual. No es algo inmediato ni brusco, y eso nos facilita que podamos planificar lo que vamos a comer, tener más control y hacer elecciones nutricionales más adecuadas.

El hambre emocional, por su parte, surge de manera repentina y acuciante. Es muy intensa desde el primer momento y busca ser satisfecha de manera inmediata. Este tipo de hambre suele intentar calmarse con comidas que sean reconfortantes, como alimentos con mucho azúcar, chocolate, etc. Productos muy poco saludables, pero que ofrecen una gratificación inmediata.

Los motivos de su aparición

El hambre física aparece porque necesitamos nutrientes para sobrevivir. Es un motivo biológico inherente a cualquier animal.

Sin embargo, el hambre emocional surge o bien porque no sabemos diferenciar las sensaciones de nuestro cuerpo - y confundimos los síntomas fisiológicos provocados por situaciones emocionales con el hambre - o bien porque no tenemos una estrategia adecuada para regular nuestras emociones negativas y nuestros niveles de estrés.

Cuatro diferencias: cómo aparecen, por qué aparecen, qué sensación dejan, cuánto cuesta saciarlas

La sensación que nos dejan después

Lo habitual, cuando comemos por hambre física, es que nos sintamos satisfechos y saciados. Sin embargo, el hambre emocional nos deja un regusto amargo después de haber intentado saciarla: nos sentimos culpables, sobre todo si hemos recurrido a un atracón para intentar aliviar nuestro malestar. Nos podemos arrepentir y, además, no conseguimos llegar a sentirnos bien. Esto es porque por mucho que comamos no vamos a poder solucionar ni nuestro estrés ni aliviar nuestro malestar emocional.

Cuánto nos cuesta saciarlas

El hambre física se puede saciar fácilmente. Especialmente si consumimos alimentos con alta capacidad saciante.

Sin embargo, el hambre emocional es casi imposible de saciar, porque no es hambre. Podemos comer y comer, probar con todo tipo de alimentos, y no la vamos a conseguir saciar. Esto se debe a que el malestar nos lo provocan nuestras emociones y no vamos a poder cambiar esto con comida.

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Cómo reaccionar ante cada uno de ellos

Con el hambre físico es bastante sencillo: básicamente debemos ofrecerle a nuestro cuerpo los mejores nutrientes posibles y en la cantidad adecuada para saciar el hambre. Además de ser uno de los mecanismos que permite a nuestro cuerpo funcionar correctamente, es un placer.

Con el hambre emocional es un poco más difícil. Para empezar hay que valorar si se trata de un problema puntual - todos tenemos un mal día en el que podemos no tomar la mejor solución o caer en respuestas rápidas - o si, por el contrario, se trata de un problema habitual, crónico y/o patológico. De ser así, la mejor recomendación que puedo hacerte es que acudas a un profesional de la salud mental. Un especialista podrá ayudarte a reconocer las causas que te llevan a caer en esta estrategia y te ayudará a conseguir herramientas adecuadas.

De no ser algo tan problemático, lo primero que debemos hacer es conocer las diferencias entre ambas para ser capaces de reconocer a cuál de los dos tipos de hambre nos estamos enfrentando. Una vez que conozcamos las diferencias, debemos parar un momento a analizar de dónde viene nuestra hambre cuando la sentimos.

Si percibimos que puede no ser hambre física, tal vez debamos buscar otras manera de enfrentarnos al estrés o a las emociones que no están provocando el hambre. Aprender técnicas de relajación puede ser de mucha ayuda en estos casos.

Por otro lado, y como truco algo más práctico, está el de no tener a nuestro alcance comida que no sea saludable. La realidad es que comemos lo que tenemos a la vista. Por lo tanto, si no tenemos ni a la vista - ni en casa - comida que no sea saludable, es mucho más complicado que acudamos a ella para darnos un atracón.

En cualquier caso, la mejor solución es intentar descubrir qué es lo que nos hace sentir mal en realidad y aprender a encontrar una estrategia adecuada para afrontarlo. Además, debemos aprender a conocernos a nosotros mismos para ser capaces de diferenciar nuestros síntomas de problemas emocionales y nuestras somatizaciones. De esta manera conseguiremos no confundirlas con otras respuestas fisiológicas como el hambre o el frío.

Imágenes | Pixabay
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